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Spotify frente al absurdo conceptual de las discográficas

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Spotify logoLas grandes discográficas presionan a Spotify para que introduzca restricciones artificiales en la cantidad de música que ofrece en su producto gratuito, aprovechando la renegociación de sus licencias. Pretenden forzar una mayor conversión de usuarios gratuitos a usuarios de pago degradando la calidad del servicio gratuito, algo que Spotify ha demostrado consistentemente gestionar mejor que nadie. Spotify, que ha sido capaz de obtener una de las mejores tasas conocidas de conversión de free a premium, se encuentra ahora con la presión del oligopolio formado por las tres grandes discográficas, cuya codicia podría estrangular su modelo.

Crear un modelo de negocio válido compitiendo con la infinita variedad de opciones gratuitas existentes es enormemente difícil. En todo lo referente a la música, vivimos en una auténtica economía de la abundancia: si quiero escuchar una canción, tengo muchísimas opciones para hacerlo en cualquier momento. Que Spotify, en un entorno así, haya sido capaz de crear un modelo que anima a muchísimos usuarios a probarlo, y a un porcentaje muy respetable de ellos a pagar por él, supone un enorme ejercicio de entendimiento de la psicología del usuario, que parte de bases asentadas en la experiencia.

Spotify sabe que tiene que ofrecer un servicio gratuito que valga la pena, que proporcione acceso a un catálogo ilimitado, y que introduzca muy pocas restricciones y muy bien dimensionadas. El usuario puede admitir que cada pocas canciones se le administre un anuncio molesto que permite monetizar su atención y que le lleva a pensar en la posibilidad de pasarse a la opción de pago para librarse de él, pero le cuesta mucho más asumir que hay determinados artistas que le apetecería escuchar pero no están disponibles. Spotify tiene claro que lo que tiene que hacer es incentivar la prueba de su servicio de pago mediante promociones de todo tipo, porque ha comprobado perfectamente que la conversión de los usuarios tras la prueba es muy elevada, pero la clave de esa elevada conversión está precisamente en la calidad del servicio gratuito que tiene en la base de su pirámide. Si la base de la pirámide es menor porque el servicio gratuito pierde atractivo, todo el sistema se resiente.

¿Dónde está la raíz del problema? En un esquema de derechos de autor que fue hace años tomado por asalto por los intermediarios, que lleva demasiados años diseñado no para beneficiar a los creadores ni a los usuarios, sino únicamente a las discográficas. A esas discográficas que han ido concentrándose hasta ser ya únicamente tres, cuyo negocio ya no tiene justificación alguna desde el punto de vista de aporte real de valor, y que únicamente mantienen su posición hegemónica gracias a restricciones artificiales. Lo único que lleva a que un creador tenga que tocar la puerta de una discográfica es el hecho de que sin ella, el acceso a determinados canales de distribución resulta mucho más complejo o prácticamente imposible: en plena economía de la abundancia, hay tres empresas gigantescas que viven de explotar la escasez gracias a un diseño completamente sesgado de los derechos de autor que les permite explotarlos para su beneficio, a costa de unos ingresos que tendrían que ir a los creadores y de una calidad de servicio que debería llegar a los usuarios. El negocio de las discográficas está precisamente en eso: en perjudicar artificialmente a creadores y usuarios, creando restricciones sin ningún aporte de valor a cambio, gracias a la explotación absurda de unos derechos de autor planteados de manera completamente absurda. La perversión absoluta de lo que un día se diseñó para proteger a los creadores, y que hoy protege únicamente a un intermediario cuya labor, en un mundo en el que no hay que producir ni distribuir soportes físicos, ya no tiene ningún sentido.

Para poder convertirse en un actor relevante en la distribución de música, Spotify se vio obligado a negociar con las discográficas, a entregarles una parte de su accionariado, y a diseñar su servicio de manera que siguiese entregando a esas mismas discográficas una cantidad que estimasen adecuada, cantidad de la que esas empresas siguen reteniendo la mayor parte para hacer llegar a artistas y creadores únicamente las migajas. La culpa de que los artistas perciban pocos ingresos de Spotify no está en la manera en que funciona Spotify, sino en el hecho de que las discográficas sigan llevándose un porcentaje descomunal que de ninguna manera se corresponde con el valor que aportan.

Ahora, esas mismas discográficas pretenden saber más que Spotify sobre su propio negocio, y se dedican a opinar sobre si deteriorar la parte gratuita incidiría en una conversión superior. Spotify sabe perfectamente que un deterioro así de su servicio básico no hará otra cosa más que enviar a los usuarios a YouTube o a otros servicios competidores, o incluso de vuelta a las páginas de descargas. En plena economía de la abundancia, si tu producto gratuito no es suficientemente bueno como para enganchar a los usuarios e incentivar la prueba, el paso a premium no puede hacer más que reducirse.

Mientras no se rediseñen los esquemas de derechos de autor para entregar el valor a quien realmente le corresponde, poco se va a poder hacer.

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